jueves, 9 de febrero de 2012

¿De qué se trata?

Me pregunta el inconsciente.
¿De qué se trata?
¿De entender? No... No es eso.
Es que mi pensamiento condena.
Condena el pensamiento ajeno y esa, esa es mi condena.
El saber, y el saber correcto.
Tuve que ir a un pueblucho, de 6 o 7.
O 900 habitantes.
Solitario por completo, sólo yo y mis pensamientos.
No, esta vez no tuve que huir.
Y ahora lo veo, aquel, mi pensamiento, unió dos sentimientos certeros.
De dos situaciones opuestas.
Sentimiento de abandono. Pérdida.
Y entonces huí, como siempre.
Es costumbre y estoy segura cuando tenía 15 años me funcionaba...
Pero ya no tengo 15 años.
Nunca hablé conmigo, como para establecer que ya no necesitaba correr.
Ni de mí, ni de los sentimientos que más me avergüenzan.
Hice y escribí cosas con el único fin de lastimar.
Y aunque lo hice por mera reacción, mera causa y efecto, no lo apruebo.
Soy yo un ser de instintos y de impulsos.
Pero no soy yo un animal, puedo elegir controlarlos.
Y mis impulsos de maldad, de lastimar, no es algo que niegue,
sin embargo, no es la persona que aspiro ser.
Por eso no los perdono.
No me condeno, pues yo soy el centro.
A veces vacilante pero siempre en equilibrio.
A veces contradictorio, pero de alguna manera, siempre certero.


Tú pides entendimiento.
Pero no entiendes tú acaso, que condena más mi pensamiento el tuyo.
Por no saber te condeno.
Porque suficientes relaciones mediocres tenemos a diario.
Pero matame aquel día que permita esto en las más personales, las más íntimas.
Mi pensamiento dice: Esas nunca.
Nunca mediocres. Siempre dar el alma.

Deben
ser
todas
extraordinarias.

Es es el punto. Condeno que ofrezcas una relación mediocre con sentimientos casi suficientes para retener ese castillos de naipes en concreto.
Mi condena y la tuya, mi pensamiento.
Porque creo (y esto en mi es dogma) que debes ofrecer el alma, para poder ofrecer crecimiento. Y si das la mitad, la mitad ayudarás. Y si estás sin estar, y si besas sin besar y si amas, si amas pensando el alguien más... ¿Qué ofreces? Un cuerpo con apariencia inerte a un lado de quién necesita una luz y no un morado acercándose al negro. Una luz. No un rojo queriendo emparejar con el anaranjado.

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