-¿Y alguna vez te sentiste triste?
-Mmmm no.
-¿En serio, así muy triste, triste, triste?
-No, mira... Cuando uno está activo puede olvidar muchas cosas.
Yo dividía mi tiempo entre mi escuela y mi trabajo. Y así, sólo esperaba el fin de semana.
Pero triste, no triste no.
- [...] -En este momento me quedé callada, cómo es que no se sintiera triste, sé que yo lo estaría-
- Aparte luego llegó tu mamá, y ya eramos novios. Así mucho menos...
-Y mamá... ¿Nunca te mencionó que ella se sentía muy triste?
-¿Tú mamá? Jajaja no. Tú mamá siempre ha sido así, bien decidida, a mejorar, a superarse.
Y me quedé el resto del camino pensando... ¿Cómo es que nuestra generación está tan llena de depresiones y ellos, ellos que salieron de su casa, que vivieron de nada, que se hambriaron, que se dolieron, que se quebraron la espalda, cómo es que me dicen que no sentían tristeza?
Decisión.
Ojalá nos pudieran pasar un poco de eso a esta generación tan rota.
Ojalá fuéramos capaces de madurar y decidir aceptar las circunstancias en vez de sufrirlas.
Con qué facilidad me han descrito hoy los errores de un sentir adolescente.
Sigo pensando que quejarse no está mal, a fin de cuentas sacas lo que no quieres, pero qué hay después de los quejidos? ¿Más quejidos? ¿Mas dolor? ¿Esperar la siguiente razón para ser infeliz?
Ándale Scarlet, vamos a madurar.
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