No dejes que muera en tu pecho, el último vestigio de esperanza.
No esperes, corazón, a que tus venas te encarcelen.
Que tus gélidos labios tengan un color más rojizo, no lo quiero.
No esperes amor, al otoño.
Quiero que pisemos las hojas verdes, aunque sólo truenen dentro de la mente.
Quiero que caigan las hojas.
Que florezca el árbol en invierno.
¡Que destelle y que truene en primavera!
Que llueva en la nieve, que llueva con el sol bien arriba.
Que recuerdes nuestro atardecer.
Que escuches... que escuches los caballos.
Que respires junto a mi pecho, que retoñe en tu mirada.
Que retoñe el querer en tu mirada.
Canten pájaros, ahora que quieren.
Vuelen, ustedes que pueden.
No desgarren, no se aferren. No arrebaten.
O desesperen.
Broten, botones.
Jueguen los cachorros, los niños.
Quiero el pálido color de una frente...
(empiezo a hablar en susurro)
Quiero el pálido color de unos labios que nunca han visto el sol de frente, quiero ante todo una porción pequeña de este lado de la cara, de este lugar en específico, quiero dos colmillos y un molar. Quiero uno de tantos nudillos, sólo quiero uno. Quiero un espejo más exacto ¡Quiero el más exacto! Quiero... que... tomes... mi tiempo... y lo conviertas... mujer... en hogar de tus dudas. Quiero que tomes de mi un sólo brazo. (esto es un susurro)
Y cada vez lo oigo menos.
No dejes, pues, que se pierda tu voz en mi mente.
No dejes que muera en mi esta flor de durazno. Este fruto de mayo.
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