lunes, 17 de noviembre de 2014

De repente, en una manera sutil, pero sumamente directa, llegan a mí estos sentimientos y estas reflexiones.
El día de hoy estuvo plagado de mis recuerdos de preparatoria.
Todo lo que veía, sentía y quería en ese momento.
Lo recuero bien, Paco seguía en mi vida pero no me causaba más dolor. Nino entraba como un cohete que parte a destiempo.
Lo recuerdo bien.
De repente, sutilmente llegó a mí una gran respuesta.
Nunca se ha tratado del amor, el amor que sentimos hacia otras personas tiene que ver mucho más con uno mismo que con el otro.
El amor es una extensión de la vida, y como tal, reflejo de la misma.
Yo no paré de amar, paré de vivir y en consecuencia mi amor se vino abajo, como un río que todo arrastra, así la vida lleva de paso todos los ámbitos que creíste controlabas.
De repente, a las 5:53 vienen a mi las respuestas.
Las personas no pueden ser jamás fracasos, sino únicamente procesos.
Espirales en constante movimiento.
Entiendo por este momento, y gracias a escuchar mi voz interna esta última semana, que no me abandonó nadie externo. Fui yo quien me abandoné.
Fui yo quién desde hace unos años dejé de levantarme a las 5 o a las 6 (o a las 7, 8 y 9), de poco en poco empecé a darme por vencida. No más francés, no más escuchar pájaros en las mañanas (eso se llama Gokotta, en sueco), no más atardeceres y amaneceres, entrar a bibliotecas desconocidas buscando poemas en árabe, no más Rilke, no más Faulkner, no más Pizarnik, no más poesía, no más llorar con libros, no más llorar con películas, no más el infarto dulce de un nuevo encuentro. Poco a poco me moría, y me mataba,
El día de hoy recordé mi preparatoria. No quise volver a ella, no me parece mi mejor época ni la añoro, la disfruté (sin duda) la amé, pero me gusta el hoy y el ahora, siempre ha sido, y siempre será de esta manera.
Por un momento me vi a mi misma en este gris que recorre su escala de azules y violetas tan rutinariamente, me vi siendo auto condescendiente, me vi en indiferencia al sentimiento propio, en evasión a la ruptura que tuve conmigo misma.
Por primera vez en mucho, mucho tiempo, me tomé un día para no evitarme, estuve conmigo.
Conmigo bebí cerveza, disfruté de un coro, pedí un cigarro y admiré el azul tan lindo del cielo, más tarde, sin pedir permiso alguno, subí a mi azotea, disfruté calladamente el atardecer y como el azul obscuro me envolvía, escuché los últimos trines de los pájaros diciendo las buenas noches, los grillos me hacían compañía, canté con el pecho ardiendo, con la voz ardiendo. Tomé el tiempo y por un momento le regalé mi olvido, disfruté mi comida como si hubiese sido la última.
Me recosté a reír con una comedia, después hablé en francés con mi hermano, reí, como hace mucho no reía, con suma sinceridad, con alegría que no da razones ni pide perdones, recordamos París con dos películas, bebimos vino a la salud de ese ciudad tan perfecta.

De repente estaba clara la respuesta.
Me amaba y me he olvidado, si algo he de reconquistar, será a mí misma.
No me detesto, eso no va conmigo, simplemente, como el amante desprevenido, caí en la trampa de creer que por una vez que me amara esto seguiría, pero no es así, tal como sucede con el otro sucede con uno mismo, sino no se procura, alimente y cuida el amor, no ha de perdurar ni en memoria ni en corazón.
Tomo mi último sorbo de vino, levanto la cara y seco mis lágrimas, lloro contento, de entender que soy mi verdugo tanto como soy mi alivio.
Tomo mi mano y la pongo en el centro de mi pecho, empiezo a caminar.

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