Existen vacíos, muchos tipos de vacíos.
Vacíos que se llenan, vacíos que absorben o que sólo se quedan.
Que rechazan.
Últimamente he estado pensando que quizás también la vida tiene hoyos negros.
Vacíos que absorben todo a su paso.
Vacíos que te van quitando de a poco lo que traes dentro.
Órganos y cariño.
Seamos sinceros, los vacíos también se llevan tu cuerpo.
Asombrosamente nacen exactamente de donde nace el cariño.
Nacen del centro del pecho.
Obstruyen la esperanza.
Dejemos de pensar que la vida es una línea recta.
Que el tiempo es el catalizador de acciones e historias.
La vida es más un espiral.
Que a veces sale y que a veces sólo se adentra.
Que a veces tiene espacios y hoyos y vacíos y fracturas.
Pero a pesar de todo, sigue girando, hacia cualquier lado.
¿A dónde vamos? A ningún lado.
No vamos a ningún lado, no hay destino y no tiene por qué haberlo.
Las cosas son antes de ser nombradas.
Ya eran, antes de ser nombradas.
Vida, aprendizaje, cariño, ya eran.
Y quizás me tarde un poco en escribir que ya tengo 22 años.
Y que lo que más me importa en el mundo es crecer y ayudar.
Que mi vida ha estado llena de hoyos negros pero que también
he descubierto que el hoyo puede absorber luz, y aunque siga siendo negro, por dentro en realidad
está iluminado, brillante.
Uno no tiene que hacer esfuerzos por sobresalir, por ser especial o por volverse interesante.
Uno ya lo es, ya lo era, antes de ser nombrado así.
Antes de siquiera pensar en que podía ser parte de tantas categorías.
Y es que a los 22 apenas voy entendiendo lo complejo de la personalidad.
Lo complejo y lo fraccionado.
Somos mucho más de lo que pensamos.
Y el puro pensamiento es capaz de destruirlo todo o volverlo a crear.
Apenas lo entiendo (y no del todo)
Somos tanto más de lo que pensamos que somos...
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